El autorretrato emergió como un pilar en mi obra, fruto de un largo camino creativo. Siempre he sentido una atracción profunda hacia la pintura figurativa, especialmente hacia el retrato, con un enfoque particular en la angustia como aflicción espiritual. De algún modo, el deseo de comprender esta emoción me llevó a explorarla en profundidad, intentando describir su experiencia sin simplificarla ni distorsionarla.

A lo largo de este proceso, el diálogo con colegas artistas me desafió a abandonar mi zona de confort, donde solía retratar a figuras angustiadas, pero ajenas a mí. Era como si, pese a estar rodeado de esta emoción, nada lograra atravesarme. En estos intercambios descubrí que, en mis obras, la angustia no se transmitía tanto como una emoción cruda, sino más bien como una noción estética, una especie de romantización del desamparo. La angustia era algo distante, casi teatral, más en sintonía con la forma en que otros representaban sus propios sentimientos.

Esta necesidad de adentrarme en el riesgo de sentir la angustia de primera mano abrió paso al autorretrato. He pasado –y seguiré pasando– una vida entera explorando quién soy; ¿por qué habría de evadir este cuestionamiento en mi obra? Como dice Deleuze: “La emoción no dice yo; es uno quien lo dice, pues estamos fuera de nosotros mismos. Captar un acontecimiento es difícil, y creo que esa captación no necesariamente implica la primera persona.” Es en este espacio que nace una serie de obras en la que indago, a través de la materialidad y la identidad, en mi propio recorrido interior.

EL AUTORRETRATO